Si bien su partida de nacimiento no indicaba Tunuyán como el lugar físico donde llegó al mundo, nadie podrá negar que por sus venas corría la sangre de un hombre de la montaña. Se enamoró del Tunuyán rústico y salvaje, que se mostraba en todo su potencial en la imponente Cordillera de los Andes y, cuando la su intensa vida de comerciante y aventurero empedernido se lo permitió, el Manzano Histórico se convirtió en su hogar permanente.

No se puede hablar de la rica historia del Andino Tunuyán sin mencionar su nombre, no solamente por haber sido uno de los fundadores sino también por el impulso que le dió a la actividad, organizando incontables locuras cómo varios cruces del macizo andino en diferentes medios y condiciones más su pasión por el ski, al punto tal de crear una pista artificial en pleno centro de la ciudad, tal vez uno de los motivos por los cuáles cientos de tunuyaninos hiceron de este deporte no solo su pasión sino además, su medio de vida.

Simpático, locuaz, impulsor permanente de todo tipo de acciones solidarias, luchador incansable por mantener las tradiciones de su amado Andino Tunuyán, no será fácil olvidarlo; en especial cuando llegue el tradicional chocolate y marcha de antorchas con las que todos los años se celebra el aniversario del club y su desgarbada figura lideraba la alegra caravana.

Tampoco será posible llegar al Manzano y no recordarlo mirando la montaña, como solo se miran los grandes amores; mas allá de la extraña circunstancia que hace muy pocos días su esposa también dejara la vida terrenal.

Se fué de este plano Henry, el de la sonrisa permanente, el que te regalaba un vaso hecho de botellas de cerveza cada vez que lo ibas a visitar, el que llenaba de anécdotas las tardes junto al fuego y el que te despedía diciendo «Volvé cuando quieras, las puertas de mi casa siempre están abiertas»

Aunque pensándolo bién, tipos cómo el Henry; no se mueren nunca.

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