Fernando André Sabag Montiel (Tedi), nacido el 19/01/87 en Río de Janeiro; de padre chileno y madre argentina; sin demasiados datos de su infancia, aunque si algunos de sus últimos años.
Diez años atrás, “Tedi” Sabag Montiel frecuentaba el circuito de bandas death metal, una variante extrema del heavy, más oscura, revulsiva, acelerada, con seguidores particularmente pacíficos y agradables. No era músico, no tenía una banda, aunque acumulaba miles de dólares en guitarras y amplificadores en su habitación, con marcas como Ampeg, Marshall, Orange y Mesa Boogie.
En ese circuito, también entre sus conocidos, “Tedi” se volvía una presencia incómoda. Les relataba sus supuestas experiencias paranormales con lágrimas en los ojos, les mostraba la piel de gallina al hablar. En los recitales, se paraba en medio de las ruedas frenéticas de pogo, en medio del torbellino, con la mirada perdida.
Sus posteos con mensajes insensatos en redes sociales eran constantes, casi como sus cambios de imagen y estilo, entre camisas y anillos, o, más recientemente, con tatuajes con símbolos tomados de la estética del nazismo esotérico, algo que sorprendió a sus viejos conocidos, porque nadie lo tenía por nazi. “Era un freak, pero mal”, recuerda otro habitué.
Su salud mental era un punto en la conversación sobre él. Si tenía un diagnóstico psiquiátrico, nadie podía precisarlo. “Tedi” presentaba un solo frente, o diferentes variaciones de su frente, una historia contada a través de selfies, en un entorno que aumentaba su distancia cada vez más.
“Tedi” nunca tuvo un trabajo en blanco. “Hacía tramoyas”, recuerda un viejo contacto suyo, sin saber definir los ingresos de Sabag Montiel. En los últimos tiempos, se había mudado a un monoambiente que alquilaba en San Martín, sobre la calle Uriburu. Tenía una excelente relación con el propietario, sin conflictos. Según vecinos, “Tedi” era dueño de tres taxis que trabajaban en la Ciudad, aunque la noticia no ha podido ser confirmada.
Tras su detención, fue trasladado a una celda de la dependencia de la calle Cavia de la PFA. El arma que llevó a Juncal y Uruguay, con la que le gatilló a Cristina Fernández de Kirchner en la cara, una pistola Bersa calibre .380 con el número parcialmente limado, es otro punto en la historia.
Tenía balas reales, cinco en total, en un cargador con capacidad para 15 y otra en la recámara. Qué ocurrió, por qué no salieron los tiros, es algo que deberá esclarecer una pericia balística: una sospecha de expertos indica que el acusado no accionó la corredera antes de gatillar. Un detalle muy significativo, altas fuentes en organismos de seguridad afirman que la pistola era apta para el disparo.