La historia cuenta que en aquellos tiempos, las jornadas de debate empezaban temprano por la mañana y finalizaban al mediodía, cuando todos los congresistas se iban a las casas o conventos donde paraban. Allí almorzaban porque, en esa época no había restaurantes y si se comía algo afuera del hogar era en la plaza central y al paso. Por ejemplo, alguna empanada de carne. Pero de tamaño más chico que las que se consumen en la actualidad. Empanadas para comer con la mano y en un solo bocado.

Pero hubo una excepción. Fue el 10 de julio de 1816, el día siguiente a la histórica gesta en la que se declaró la Independencia. Allí sí hubo una larga mesada, decenas de asistentes y hasta amores entre trago y trago.

El menú fue bien nacional: “Un guiso con carne, la misma sobraba. Se exportaba la grasa y el cuero, pero la carne no tenía mucho valor comercial porque no se podía vender al exterior”. “De postre, el dulce de leche estaba presente. Había mucha fruta clásica como el durazno, pera, uva y membrillo. Las preparaciones eran también bocados, como una galletita y se servían en bandejas. El dulce era un consumo muy alto en todo el norte”, comentó el historiador y periodista Daniel Balmaceda.

Dentro del ambiente festivo, y entre copa y copa, José Mariano Serrano —quien sería luego presidente de la Asamblea General del Alto Perú que declaró la Independencia de Bolivia en 1826— conoció allí a la que iba a ser su pareja, Solanita Cainzo.

Compartí la noticia